<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d5507490434087125361\x26blogName\x3dMAURICIO+CARRERA\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dTAN\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://mauriciomarisa2.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des_ES\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://mauriciomarisa2.blogspot.com/\x26vt\x3d-8627443396822829330', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

Mauricio Carrera (1959)

Escribe porque de no hacerlo cometería crímenes imperdonables. Cree en el erotismo y en el desamor. En comer más helado que habas y en viajar sin paraguas, termómetro o paracaídas. Desde pequeño fue excéntrico: nació en el DF. Su infancia fue feliz, a pesar de una que otra nalgada injusta y otras muy merecidas.
De adolescente, lo que lamenta es no haber sabido bailar. Jugó futbol americano. Se vistió de mujer en las novatadas, enseñó las nalgas desde la ventanilla del camión con rumbo al estadio y recibió el apodo de Rudo. Trabajó como mensajero en París, donde descubrió a Jacques Brel y Ne me quitte pas. Su espíritu aventurero lo llevó a Japón y también a ser marinero en el Caribe. Acepta el adagio portugués: “Vivir no es preciso, navegar sí es preciso”. Cuando se emborracha le da por contar su encuentro con el tiburón de Cayos Holandeses y la manera como en papiamento se dice trece, dieztrés, o me gustas mucho, ta mi gusta bo hopi.
Lleva en su interior al demonio de birján, también conocido como el gusanillo del juego. Los casinos le atraen tanto como una mujer hermosa con dinero. No cree en ningún rostro de lo divino, pero afirma que el azar es aquello que dios hace cuando no quiere firmar sus obras.
Le gusta el póquer y el dominó. Ha sido burócrata por necesidad. Cayó en la tiranía del matrimonio pero no lo vuelve a hacer. Le atraen las mujeres que lo citan en las barras de las cantinas, las que le mandan rosas rojas en su cumpleaños y las de mirada verde para desafiar el infortunio de las tormentas.
Busca aquellas que no son Venus pero tienen la voracidad de Venus. Considera que hacer el amor es una de las formas de la inmortalidad. Asimismo, que la pereza es un don necesario de cultivar, que la democracia es votar por el menos peor, que la lujuria mejora la salud y que la lectura es una de las formas de amar la vida. Cita a Armando González Torres y dice que le falta una mujer para empaparle de lágrimas los muslos.
Sus poetas favoritos son Rubén Bonifaz Nuño y José Alfredo Jiménez (Álvaro Carrillo no es poeta sino santo). Descree de casi todo, menos de las tardes de lluvia, de unos senos desnudos, de unos pies bonitos, así como del merengue y la salsa. Le enoja la injusticia y la mala adjetivación de las palabras. También la deslealtad. Conversa con su madre aunque ya haya muerto. Se ha distanciado muchas veces de su padre (quien, por otro lado, es el mejor del mundo).
Tiene un hijo hermoso al que quiere mucho y casi no ve, pues vive lejos, en Uruguay. Ha cometido diversos errores, porque la existencia no admite pruebas ni borradores. No es feliz pero sí alegre. Le da por cantar Sabor a mí y Mil besos. Le encanta el tango Los mareados. Es un hombre hecho y también deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios.
En Ciudad Juárez se le ve en el Chapulín Colorado, el Joker y el Museo Club. En Real del Monte come pastes y echa cruzadas. En Montevideo va al mercado del puerto y se hospeda en el Oceanía. En el DF se le encuentra en el Covadonga, el Gante, el Lobo Estepario y el Xel-Ha. Le disgusta su país, donde los niños trabajan y los adultos no tienen empleo. Por eso se acoge al poema “Alta traición” de Jose Emilio Pacheco. Es amado por la mujer más romántica que ha conocido, a quien no le sirve la promesa leve, la intrepidez lenta, el coraje dócil o el alarido pulcro. El universo conspira a favor de los que deben encontrarse, dice.
Tiene una maestría por la University of Washington y una arrugada credencial del Club Quintito. Es muy disciplinado en su escritura: desde hace quince años escribe una palabra diaria. A veces, dos. Entre sus libros destacan El club de los millonarios (1996), La viuda de Fantomas (1999), El minotauro y la sirena (2000), Tormenta (2003), Las hermanas Marx (2004), Jueves (2006) y La muerte de Martí (2006). Su obra gira en torno a la libertad, el viaje, la mexicanidad expuesta a lo extranjero, la lucha contra la opresión, la separación de los amantes y la vida sexual de los caracoles. Actualmente escribe una novela que cambiará el rumbo de la literatura mexicana, aunque ignora si para bien o para mal. Admira a Jack London y a José Revueltas. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Antes de morir quiere ser traducido al swahili y sacarse el gordo de la lotería.